Por Club de Investigaciones sobre Historia Urbana, Urbatorium
Pese a que la sociedad chilena ha sido traicionera desde antaño en su relación con los perros, el roto chileno promedio ama a los canes, heredando quizás este sentimiento desde los campos que les vieron nacer, muchas veces.
Don Miguel Serrano decía que el perro, el quiltro particularmente, nos representa como raza chilena, como mestizos de una mezcla única y extraña. El roto y el perro son iguales: simpáticos, audaces, juguetones e ingeniosos. El uno y el otro “sirven para todo”: guardián, soldado, campesino, cazador, minero, gásfiter, mensajero o electricista. Mientras las razas finas son especializadas, orientadas a una función principal, el quiltro y el roto son multiusos, diestros en todo lo que representa un desafío. Ambos son, por lo demás, sobrevivientes; seres acostumbrados a sobrellevar vidas duras y llenas de carencias.
En su “Historia crítica y social de la ciudad de Santiago”, Vicuña Mackenna cuenta que durante el gobierno de Agustín de Jáuregui en la Capitanía General a partir de 1773, se tomaron serias medidas contra los criminales y delincuentes, dada la altísima taza de homicidios que se registraban. Jáuregui hizo instalar una horca en la Plaza de Armas y ordenó azotar a todos los que fueran sorprendidos portando cuchillos. Muchos de los cadáveres que aparecían en las calles eran llevados hasta el ayuntamiento mientras fueran identificados. Sin embargo, también era tal la cantidad de perros vagos en la ciudad que la autoridad debió emitir un bando del 7 de junio del año siguiente, prohibiendo esta acumulación provisoria de cadáveres “porque se los comían los perros”. A su vez, los canes eran “la única policía de Santiago”, según anota Vicuña Mackenna.
Amor y odio de la primitiva sociedad santiaguina con sus perros, entonces.
El pacto entre rotos y perros se selló en tiempos republicanos, sin embargo: en plena Guerra del Pacífico, a juicio de mi amigo el investigador histórico Marcelo Villalba, experto en estas materias. Recuerda grandes hazañas entre la alianza de soldados chilenos y perros que se iban incorporando como mascotas de los batallones durante el avance por los desiertos en las Campañas de Tarapacá, Lima y la Sierra. Arturo Benavides, en sus famosas memorias “Seis años de vacaciones”, habla de uno de estos perros adoptados por los soldados, llamado “Lautaro”. Los canes pudieron hacer parte del trabajo sucio después de los combates, cuando el campo de batalla quedaba regado de muertos y de agónicos sin remedio.
Comprendiendo quizás este amor entre los elementos más modestos de la sociedad chilena y nuestros perros, el Presidente Salvador Allende decidió cerrar la Perrera de Santiago hacia 1971, un lugar de muerte donde muchos canes fueron eliminados a lo largo de su historia. En aquellos años era común que los camiones de la perrera fueran recibidos a pedradas y otros ataques por pobladores de los barrios pobres, precisamente allí donde vivían los rotos, indignados por las tropelías que las autoridades cometían contra los canes en nombre de la salud pública.
Actualmente, la publicidad de una conocida distribuidora de gas ha popularizado al personaje del perro Spike en sus comerciales de televisión, precisamente explotando la relación de identidad común entre las clases populares chilenas y sus queridos quiltros. Un hito particularmente importante tuvo lugar hace poco, cuando se propuso al Fox Terrier chileno, popularizado entre los hogares de los rotos de principios del siglo XX, como la primera raza canina chilena.