El gato Valenzuela | PrensAnimalista

Por Igor Cantillana Director de Teatro y actor en Suecia.

  Capítulo escrito el 2009 en un libro que  Igor prepara sobre sus recuerdos de la lucha del Mir donde fue militante desde 1966 a 1991.Fue Secretario General del FER de la Universidad de Chile hasta el 11 de setiembre de 1973. Al momento del golpe asume otras tareas encomendadas por el MIR.

“Yo arrendaba un cuartito de una casa grande venida  a menos en el barrio de La Florida, cuando estaba en mi segundo tiempo  de clandestinidad. Luego de mi “liberación” del Campo de Concentración de Tres Alamos, y gracias a la Solidaridad Internacional, con los presos políticos de la dictadura Pinochetista-

Mi fachada clandestina esta vez fue ser un vendedor ambulante de Libros y Enciclopedias.  El cuartito era independiente y tenía un elemental WC y ducha arrimada al costado con tablas de pino y techo de zinc. El  cuarto tenía dos ventanas: una frente al pequeño dormitorio que permitía una cama y otra frente al comedor que tenía una mesa y dos sillas.

La vieja casona, mitad cemento mitad madera, era como una isla que tenía una pequeña pandereta con rejas en el frontis que daba a la calle, luego había un jardín que hace tiempo no se atendía,  y la rodeaba por sus costados un estrecho  camino que la separaba  de los muros de las casas vecinas . La entrada a mi cuarto estaba por el costado derecho de la casa. Izquierda entrando, y su puerta  era independiente de la casa central. Los  pasillos laterales que bordeaban la casa confluían en un patio de tierra grande y descuidado donde había un pequeño gallinero con 4 gansos y dos pollos. Tres perros grandes de distinto pelaje cuidaban la casa pero concentrados en el patio trasero, vigilando de que ningún gato u otro ladrón se atreviese a pasar los muros que separaban  de los vecinos.

Era la primavera del 76 (noviembre) un mes más tarde de la caída en combate de Dagoberto Pérez ,mi jefe directo, cubriendo  en la Parcela de Malloco, del asilo de Pascal y Gutiérrez, y yo dejaba la ventana de mi dormitorio entreabierta durante el día y la noche. No tenía nada de valor conmigo ni nada que no resistiese un allanamiento. Un poco de ropa para cambiarse, mi maleta, unos libros de poesía y filosofía (Nietzsche era mi favorito) pero sí en el comedor en un viejo armario bajo que tenía al  lado una heladera que apenas funcionaba, guardaba yo jamones y quesos y a veces algún chocolate.

Fue así que descubrí un día a un ladrón que dejaba sus huellas en el camino a la ventana.  Un día vi a una gata que pasando todos los peligros que significaban los tres perros grandes se descolgaba del muro al costado izquierdo de la casa vecina donde supuestamente para mí, vivía la gata,y que había parido dos bellos ejemplares de gato, blancos con mechones pardos que les dibujaba el rostro y lomo de manera adorable. Era difícil saber quién  era quién de esos hermanos. Pero algo me hizo entender que uno era macho, porque era menosasustado y atrevido. Yo empecé a buscarlo cada tarde que llegaba del trabajo clandestino del partido, haciendo callar los perros, y acercándome al muro vecino. para ver si podía ver a las criaturas preciosas por las cuales la madre robaba, arriesgando su vida. Acerqué un poco de leche y de queso a lo alto del muro sin que me viese la dueña de la casa. A los pocos días el  gatito empezaba a tomar contacto con mis ojos y entendió que yo lo quería ayudar a vivir. Luego de unos días en esa ceremonia se dejó tomar por mí y llenos de temor los dos, atravesamos el patio rodeado de los perros amenazantes. Fuimos al comedor de mi cuarto  y nos sentamos  ,yo en una silla, el gatito engrifado y asustado en la mesa, y nos pusimos a comer lo que yo estimaba posible para él, jamón y leche. Le dí el nombre de Valenzuela, Gato Valenzuela, porque ese era el nombre político del Jefe de la Seguridad y aparato de Inteligencia del MIR antes del golpe.

 Así  comenzó una relación que alegraba mi corazón cada día cuando llegaba del trabajo clandestino del partido y me refugiaba en esos rituales de gritar su nombre (Valenzuela) para señalarle que lo esperaba a comer. Luego de un mes de estos repetidos rituales,  los perros lo aceptaban pasar el patio hacia mí con su pequeño cuerpo engrifado dispuesto a defenderse, y en donde yo vigilaba el que ningún perro perdiese el control y lo atacara. Al poco tiempo Valenzuela había conseguido acercarse a mi cuarto, ya por la ventana del  comedor o del dormitorio y me hacía compañía por las noches. A veces se perdía un par de días y yo temía lo peor. Pero llegaba por la noche a través de la ventana entreabierta y se iba a mi lado en la cama y me saludaba con su ronroneo cariñoso. Valenzuela y yo hacíamos una linda pareja. Yo de33 años y revolucionario clandestino. El quizás de3 meses de vida, visitante allegado y clandestino. Dos sobrevivientes angustiados, pero no solos.

Crecimos juntos unos meses, hasta el día de abril del 77 cuando abrí mi maleta para echar las ropas que llevaría a Suecia. Valenzuela miraba atento mi ceremonia del adiós y entendió lo que pasaba. Saltó a la maleta que yo depositaba en la cama y se tendió en ella antes de que yo pusiera  mi primera prenda.  Cuando me di  cuenta , dudé en atreverme a tocarlo y sacarlo de la maleta. Se puso tenso y no quería salir. Me partió el alma sacarlo y no mirarlo para completar mi equipaje y salir por última vez de ese cuarto-. El próximo paradero era el Aeropuerto de Pudahuel  y me pasaba a buscar un auto y chofer del Centro de Migraciones Europeas.(CIME)

Nunca más vi a Valenzuela , ni él a mí.  

12 años más tarde y luego del “  retiro” oficial de Pinochet por la pérdida del Plebiscito, pude entrar en enero de 1989 a Chile por Pudahuel, con mi compañera Karin que estaba embarazada y daría a luz en Agosto (el mes de los gatos) a nuestro hijo Nils Emile. En esos días en visita a Santiago para encontrar a mi madre Adriana, mis hermanas Sonia y Miriam y mis sobrinos Néstor, Mauricio y Carina me las arreglé para visitar la casa vecina donde yo suponía vivía Valenzuela y la vecina me contó que ya el gato no vivía pero que por largo tiempo salía a la reja del frontis de la casa donde él y yo vivimos juntos y todas las tardes me esperaba. Llevo 33 años pensando en él.

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