Santiago 25 Marzo 2011.-
Crítica literaria de Pablo Guerrero publicada en la Revista de Libros de El Mercurio
Animal literario por naturaleza, el gato ha sido la mascota favorita de numerosos escritores. Raymond Chandler los adoraba, igual que Teillier, quien tenía dieciséis. Cocteau dijo preferir los gatos a los perros porque no hay gatos policía. Es proverbial su conducta independiente, que nunca le ha permitido al hombre domesticarlo por completo. Kipling le dedicó un famoso cuento infantil y Poe uno de sus relatos más perturbadores. En Japón, la novela Soy un Gato , de Natsume Soseki, es un clásico moderno. Su primer capítulo apareció en enero de 1905 en la revista literaria Hototogisu (El Cuclillo). Tanto fue su éxito que el editor decidió publicar todos los capítulos en sucesivas entregas, hasta agosto de 1906.
Arrojado a un cañaveral poco después de nacer, el protagonista del libro se refugia en la casa de un profesor de escuela dispéptico y holgazán, con aspiraciones artísticas muy por encima de sus capacidades, como no tarda en descubrir su nuevo huésped, que conduce el relato en la novela. El narrador es un testigo perspicaz, entrometido, al que le agrada recorrer todas las casas del barrio y escuchar lo que dicen sus habitantes, aunque no pueda hablarles. Su estrecha convivencia con ellos le permite formarse una opinión escéptica de los seres humanos, no exenta de compasión. Nunca entiende qué gracia tienen sus rostros lampiños ni cuál es el sentido de sus actos, empezando por el más irracional de todos: “¿Por qué los hombres fuman tabaco y luego lanzan el humo a borbotones por la nariz?”.
Especialmente disparatadas son las conversaciones del profesor Kushami con sus amigos Meitei, bromista diletante, y el joven Kangetsu, bachiller de ciencias interesado en temas tan descabellados como la “dinámica del ahorcamiento”. A través de este trío de personajes, Soseki ridiculiza a los intelectuales de su época, cada vez más permeados por la cultura occidental, que leen, muchas veces, de manera incorrecta o desviada. Es significativo que Kushami enseñe inglés, y que el propio Soseki haya vivido dos años en Londres. El influjo de la literatura inglesa queda de manifiesto en las frecuentes menciones al autor de La feria de las vanidades , William Thackeray, gracias a quien el escritor nipón llegó a convertirse en un maestro de la sátira y modelo para las nuevas generaciones.
Soseki aclimata en forma brillante el humor británico a la cultura japonesa. Contemporáneo de P. G. Wodehouse y precursor de Tom Sharpe, no teme abordar temas tan escabrosos como el suicidio, ni tan peliagudos como los límites de la propiedad privada o las reglas del juego de go . La sociedad de su tiempo está sometida a cambios dramáticos y el autor disecciona algunos de los nuevos tipos humanos -estudiantes, profesores y comerciantes-, que reemplazan a los del samurái y su señor, el shogún. La aparición de la novela coincide con el apogeo de la era Meiji, que restauró el poder del emperador y puso término al feudalismo, colocando a Japón entre las nuevas potencias mundiales después de su victoria sobre el imperio ruso. La historia se inmiscuye en la novela de manera inevitable y, por intermedio de su protagonista no-humano -una especie de Cándido del siglo XX-, Soseki puede tomar distancia del optimismo modernizador que se había apoderado de sus contemporáneos.
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